¿Por qué es tan difícil perdonar?
Perdonar no es olvidar. Tampoco es justificar lo que nos dolió.
Perdonar es liberar… pero a veces, eso es lo más difícil de hacer.
¿Por qué cuesta tanto perdonar?
Porque cuando algo nos hiere, nos atraviesa por completo: la mente, el corazón, el cuerpo. Y muchas veces, creemos que, si perdonamos, estamos diciendo que lo que pasó “estuvo bien”. Pero no es así.
Perdonar no significa que lo que sucedió fue justo. Significa que no vas a cargar con eso un día más.
Perdonar duele. Porque implica soltar una historia que, de alguna manera, te hizo sentir protegida.
Implica dejar de pensar “yo tenía la razón”, “yo era la víctima”.
Implica aceptar que no vas a recibir una disculpa perfecta, ni una reparación completa.
Implica decidir que tu paz es más importante que el orgullo o el deseo de venganza.
Y eso requiere valentía.
Mucha más de la que creemos.
¿Qué pasa cuando no perdonamos?
Cuando no perdonamos, es como si nos atáramos a la persona o la situación que nos hirió.
Revivimos lo que pasó, lo contamos una y otra vez, lo llevamos a todas partes como una sombra.
El rencor se convierte en un huésped que ocupa demasiado espacio:
nos roba la alegría, entorpece las relaciones, y lo peor…
nos hace daño a nosotras, no al otro.
Perdonar es un acto de amor. Pero no hacia quien te hirió.
Es un acto de amor hacia ti.
Entonces… ¿cómo empezar a perdonar?
No hay fórmulas mágicas, pero sí hay caminos:
- Reconoce el dolor sin minimizarlo.
No digas “no fue nada” si en realidad te dolió.
Valora tu emoción. Nombrarla es el primer paso para transformarla. - Acepta que no puedes cambiar el pasado.
Solo puedes decidir qué haces con eso hoy. - Elige soltar un poquito cada día.
No necesitas hacerlo todo de golpe.
Puedes empezar por desearte libertad, desearte paz. Solo eso. - Escribe una carta que nunca enviarás.
Dile a esa persona (o a ti misma) todo lo que sientes.
Aclara, suelta, cierra. - Repite esta frase en tu corazón:
“Hoy elijo dejar de cargar con esto. Lo libero, me libero.”
Perdonar no es un regalo para quien te hirió.
Es un regalo para ti.
Un acto de valentía silenciosa que te devuelve la paz.
Te lo mereces.